lunes, 1 de enero de 2018

Botacora de vacaciones. Día 12.

Mis antepasados tenían la fiel creencia de que todo lo que se hace el 1 de enero resume los siguentes 364 días. Por eso mi madre cultivó un ritual de encenderle una veladora a la Divina Providencia y después de acudir a misa, compar la comida, bebida y risas con sus seres queridos. Para su desgracia yo nunca aprendí de esos rituales y sólo me concentro en cosas vanales: comer, beber y ver televisión, en pocas palabras cultivo la fiaca.

Ayer, sin embargo fue un día singular. Después del sismo de 19 de septiembre el lugar que habitó sufrió algunos daños que la autoridad consideró como menores. Nada que un par de albañiles conocedores del oficio y los ahorros para un viaje para cuatro personas no pudieran solucionar. Malamente, elegí estas vacaciones para que ese par de hombres hicieran su trabajo y de paso se ganaran en dos semanas lo que yo ahorré en varios meses de privaciones.

El problema de tener albañiles en la casa implica varios problemas: 1) se pierde la privacidad, 2) se clausura el ocio e el descanso, 3) los horarios se vuelven infumables, 4) no hay salidas ni a la esquina, 5) el dinero se esfuma en la compra de materiales, 6) uno se involucra en dinámicas ajenas sobre todo cuando quien paga por la obra estudió pedagogía y no arquitectura, 7) se devela el misterio de la palabra chaflán, 8) el tirol y el yeso son capaces de desatar un debate similar al del consejo de seguridad de Naciones Unidas, 9) al paso de los días uno se arrepiente de haber contratado a esos hombres, y 10) hasta el último rincón de la casa se llena de polvo.

¡Qué van a saber ustedes de tener albañiles en su casa el 31 de diciembre a las 20:16 horas! Se supone que el cualquier hogar que se precie, ese día, a esa hora, uno tendría que estar bañado, perfumado y ajuareado para recibir el año con una copa de champaña en la mano. Ni madres. Yo a esa hora me encontraba observando a un par de albañiles que contemplaban su obra, me imagino, igual que Giovanni de Dolci lo hizo cuando los albañiles le entregaron la Capella Maggiore.

*   *   *

Es 1 de enero y en esta casa sólo hay polvo de yeso, picazón en la nariz de los moradores y unas ganas irrefrenables de estar cualquier otro lugar. Pero no, estamos aquí, en pijama, entre cobijas polveadas, comida con tierrita, botellas y vasos de cristal opacos y caras malhumoradas. Ni ganas de encender el televisor o poner música.

Son las 3 de la tarde y todos tenemos la necesidad de limpiar algo. ¿Qué se puede limpiar cuando el polvo vuela al menor movimiento? ¡Nada! Como ya sabemos las consecuencias de hacerlo preferimos seguir con la vida imaginando que moramos las cavernas y que somos cavernícolas.

Esta vez no hay visitas y sí muchas llamadas telefónicas. A las 9 de la noche recordamos que sobra carne para asar y afuera la parrila está dispuesta para eso. Encender el carbón resulta sencillo pero cuando echamos los primeros trozos de carne al fuego un ventarrón azota la jacaranda que está frente a mi casa. Al igual que cada año cuando pasa esto me pregunto: ¿quién dice que las jacarandas son bonitas? La respuesta viene de inmediato: seguro alguien que no tiene una frente a su casa.

Y así, con carne llena de hojitas de jacaranda, empolvados y enojados, comenzamos el 2018. Un resúmen del año que hoy inicia.

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