jueves, 4 de enero de 2018

Bitacora de vacaciones. Día 15.

Alguna vez una profesora me dijo que el sedentarismo era uno de los grandes logros del hombre. Mantenerse en un lugar significaba el domnio del entorno natural. Estar en un sólo lugar le haría olvidarse de recorrer largas distancias e ir sin rumbo como animal. Sin embargo, yo que por esos años era un vago en potencia, sólo pensaba en lo divertido que era caminar y conocer otros lugares. Subir a un carro o un autobús y conocer otros sitios, me llenaba de felicidad. Lo hacía poco pero cuando ocurría me resultaba satisfactorio.

En mi comunidad existía un maizal enorme que llevaba a otra sección de la colonia (ahora ahi existen dos unidades habitacionales y un pedacito de maizal se mantiene en litigio). Tendría seis o siete años cuando lo atravesé por vez primera y me perdí. Llegué a una salida que no conocía y tuve que pedir ayuda para poder regresar a mi casa. A las personas les resultó muy divertido pues estaba apenas a unas cuantas calles de la mía. Esa primera experiencia me hizo ponerme el reto de ir más allá y gracias a un compañero de la escuela aprendí a recorrer ese maizal memorizando escondites, salidas, los árboles desde donde otros niños vigilaban el cultivo, etc. Pero yo quería más y cuando tuve mi primera bicicleta salí de la colonia cada vez más lejos, hasta que un cafre me hizo entender que las avenidas eran caminos peligrosos para los niños en bicicleta.
 
Fue hasta la secundaria cuando tuve la oportunidad de caminar más lejos, fui de una colonia a otra hasta llegar a otros municipios. La idea de convertirme en vagabundo me atraía pero aún no medía lo complicado que eso podría ser para un chamaco acostumbrado a comer tres veces al día y dormir en una cama afable.
 
Por aquellos años uno de mis primos, con el que guardo muchos momentos gratos, al quedar huérfano de padre y madre, tomó la decisión de buscar suerte en otro lugar. Aquí, en su país, todo estaba muy limitado. Sigue igual o peor. "Me va a ir bien", me confió antes de irse y me compartió su ilusión de comprar una flota de camiones para manejarlos y conocer todo el país. Quería ser chofer de Estrela Blanca. Han pasado veinte años de su partida y aunque el contacto que tenemos es mínimo, la idea de volverlo a ver, es cada vez más lejana. Ahora vive en Estados Unidos y sus ganas por regresar son nulas. "No tengo nada que me ate a México, más que los recuerdos y esos los cargo diario", me dijo apenas en navidad.

El mismo año en que mi primo salió de México yo conocí a El Mota, un salvadoreño que estaba de tránsito por acá. Llevaba años viajando y meses estacionado en México. Lo conocí en una fiesta mientras él le hacía honor a su mote y yo lo cuidaba de la policía, que entonces era menos permisiva con los mariguanos. Vivía con una mujer mayor que él que le daba comida y cobijo a cambio de varios favores. Si bien, le convenía estar aquí su idea de llegar a Estados Unidos era ambiciosa pues llevaba años sin proveer de dinero a su familia. Al salir de la prepa yo me distancié de la vida desmadrosa y le perdí la pista. Curiosamente, dos amigas comunes, también tuvieron que salir del país y ahora viven en España. Me imagino que les va bien porque aunque han venido a México siempre regresan a la tierra que las adoptó. Con ello no quiero decir que la vida como migrantes sea sencilla pero seguramente han logrado algo mejor que de haberse quedado en México.
 
Y entonces recuerdo también a Claudia quien vive en USA y hallá ha logrado forjar una familia y una vida, o al desmadroso de Corona, que movido por las circunstancias se vio obligado a huir del país y ahora se encuentra viviendo el american way of life, no sé si como en los videos de hard rock que veía en la adolescencia pero si, cuando menos, para vivir mejor que en su país.
 
Mentalmente elaboro una lista de todos los migrantes que conozco y caigo en la cuenta que son muchísimos. Todos ellos por diversas circunstancias han tenido que arrancarse de su lugar de orígen para buscar mejor vida. Todo lo anterior viene a colación porque llevo semanas trabajando un texto acerca de migrantes que me ha costado mucho trabajo. ¿La razón? Es complicado desentrañar los sentimientos de quien se encuentra alejado de su tierra, de sus amigos, de su familia, de sus costumbres. Uno arma un cuestionario y lo vuelve entrevista pero hay algo en ese testimonio que se vuelve complejo a la hora de redactar un relato con sus respuestas. Pude haber optado por entrevistar a alguno de mis familiares, a los que están fuera o a los que vinieron a vivir a México. Pude optar por Ryan o Matias, amigos cuyo paso por este país echo raíces o ganas por seguir viajando. Pude decidir por cualquiera de los que nombré arriba pero no. Opté por escribir acerca de Dubraska porque la conozco y no. Nuestra relación ya cuenta diez años pero nunca nos hemos dado la mano. Cuando vi la película Her me acordé mucho de ella pues así la siento ya que todo nuestro contacto ha sido vía mensajes escritos, algunos de voz pero muy pocos. Su historia es dura, cruda, pero me cuesta trabajo redactarla.

¿Y ustedes, tienen la certeza que siempre van a estar ahí, en la comodidad de donde decidieron hacer vida?

La historia de Dubraska me dice que no, que tenemos que preparar una maleta en la puerta por si un día requerimos partir.
 
 
 

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