viernes, 29 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 9.

La calle del hambre adquirió su nombre por cuatro cosas: las fritangas, los tacos, las hamburguesas y la ventanita de una tienda llamada Puerto Baita donde borrachos consagrados y nóveles aventureros de la noche, forjaron hermandades legendarias.

Hace 25 años sobre la avenida Toluca, en la colonia Cumbria, apenas había unos cuantos puestos banqueteros donde se preparaban pambazos, quesadillas, gorditas, sopes y papas fritas. Recuerdo algún local pequeñito, sin mesas, donde vendían churros. No había café. Existía un carrito donde se preparaban unas hamburgesas asquerosas cuyo prodigio consistía en sostener el hambre de cualquiera hasta bien entrada la noche. El hit de ese peculiar corredor era una taquería de nombre Galván donde las familias solían reunirse los viernes por la noche. Era una taquería enorme para la época. Yo era visitante asiduo del puesto de papas fritas y con los años me volví cliente frecuente de la ventanita del Baita. Ahí conocí a varios de mis mejores amigos, me hice de unos cuantos enemigos y cruzando la calle, logré forjar un amor ridículo. Nunca faltó una trifulca a consecuencia del exceso de tragos. Nada que no pudiera dirimirse a golpes o chocando las botellas. ¡Salud por esos días!

Anoche decidí visitar la avenida Toluca muy entrada la noche: a la 01:00 am. Fue un impulso de esos que merecen cumplirse nomás por capricho. Seguramente estaba helando pues en pocos minutos de andar mi ropa se humedeció. Los viejos negocios que vi emerger hoy son un ridículo recuerdo que dio pie a locales grandes con capacidad para atender a cincuenta o cien personas a la vez pero que carecen de la calidez de los changarros pequeñitos. Suelo visitar una taquería donde cada vez me atiende una persona diferente. Esta vez hubiera ocurrido lo mismo. Decidí beber un trago. Hay un sitio a un par de cuadras. El lugar se encontraba vacío. "Ya vamos a cerrar, jefe", me informó un joven con cara de aburrido. Mi segunda opción es una casa acondicionada donde jóvenes y adultos contemporáneos (¡qué mamón!) cantaban al ritmo de La Banda Pistache. Regresé mis pasos y me dirigí a Puerto Baita. Toqué como en antaño pero nadie respondió. Los taqueros de la otra esquina, quienes tallaban coordinadamente la banqueta con sus escobas me observaron lastimosamente.

Afortunadamente frente a la secundaria Calmecac, sitio insigne para el ligue juvenil en los años noventas, encontré una taquería vacía que aún ofrecía servicio. Pedí unos tacos al pastor y una cerveza. La señorita que me atendió me observó con cierta curiosidad por pedir un trago helado en una noche que ameritaba una bebida caliente. Llegó la cerveza. Los taqueros parecieron animarse con mi presencia y trabajaron de inmediato. Comí con calma y antes de liquidar la orden pedí una nueva ronda de bebida y comida. Los tacos ahora fueron de suadero. No reparé que detrás de mí estaba un policía que le hacía señas a la señorita de la caja. Seguí comiendo y pedí otra cerveza. El radio del policía me volvió a alertar. Ahora se encontraba afuera del local recargado en su camioneta. Pedí una cuarta cerveza y otra ronda de tacos y en ese momento entraron tres personas a la taquería. Se acomodaron y pidieron tortas y café. Uno de ellos me sonrió que intentó ser amable. Aproveché para ir al sanitario y al regresar descubrí al policía, casi oculto, junto a uno de los refrigeradores. Me pareció que toda esa guardia tenía que ver conmigo.

En mi reloj casi daban las tres de la mañana cuando pedí la cuenta. Cuando recibí mi cambio, el policía se subió a su patrulla y avanzó lentamente. Metros adelante lo alcancé y al pasar a su lado lo volteé a ver con mi traicional cara de nada con la que le dediqué una gran mentada de madre. Doblé por la avenida Valle de México y el policía siguió su camino sobre la calle del hambre, que en realidad es avenida.

Ahí en la esquina del parque, que ahora se muestra oscuro y descuidado, recordé a Carolina, mi amor más ridículo. El primero a decir verdad. Un grupo de skaters se divertían con sus tablas como si fuera medio día. Cómo juzgarlos si yo decido salir a cenar a la hora de las brujas. Metros más adelante está la casa de Julissa (púchele al nombre si no recuerdan quién es). Pensé en aquellos años en que yo era idiota y enamorarme no era mi prioridad. Atravecé la avenida y me acerqué a su puerta. El patio seguía intacto, lleno de hojarasca. Ya no estaba la vieja mesa de ping pong. No tengo idea si La China siga viviendo ahí y como sea, no era la hora correcta de averiguarlo. La torreta de una patrulla iluminó la fachada y ese fue el mejor pretexto para caminar. En un Oxxo que no tenía registrado en la memoria dos borrachines juntaban sus últimas monedas para comprar un trago. Apresuré mis pasos y llegué hasta la avenida Teotihuacán, camino que me vio regresar un sin fin de noches. Ahora es un sitio peligroso, dicen. Cuando llegué al crucero donde se encuentra el semáforo me sentí seguro aunque hace unos años, la colonia donde vivo se convirtió en una de las más peligrosas de Cuautitlán Izcalli. Resultaba riesgoso andar por las calles a esta misma hora pero pesar de eso varias veces tuve la necesidad de recorrerlas, con varios tragos a cuestas, para poder llegar a casa. En la actualidad, ¿qué colonia no es peligrosa en México?, pienso. Algunos taxistas esperaban pasaje en su base. Uno de ellos, al verme, levantó el brazo ofreciéndome sus servicios. Agradecí inclinando la cabeza.

A las 03:48 encendi mi carro y decidido a regresar a la calle del hambre, esta vez sólo para recorrerla detenidamente. A medio camino pensé en mi estupidez y opté por dar vuelta rumbo al Oxxo del parque Isidro Fabela. Ahí sí había ambiente. Tres carros y una camioneta, cada cual con la música a todo volumen, esperaban a sus ocupantes quienes charlaban a grito pelado. "Buenas noches", saludé pero nadie respondió. Pedí un café, unas mantecadas y unas galletas, y cuando recibí mi pedido me apresuré al carro.

Recorrí mi colonia, siguiendo el camino de la nostalgia y pasando por las calles donde vivían mis viejos amigos. A las 05:26 llegué a la puerta de mi casa. Tenía sueño pero preferí encender la computadora y comenzar a redactar este texto. Un nuevo capricho de esos que me apetece cumplir.

*Foto: Periódico de Izcalli.




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