miércoles, 27 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 7.

Lo que más disfruto de las vacaciones es hacer cosas que no hago en un día común y ver televisión es una de las actividades que más placer me provocan. Sé que el prejuicio que mis lectores tienen hacia la antes llamada caja idiota es enorme pero siempre es interesante observar los programas que se proyectan pues esto dice cómo anda de juiciosa la sociedad.

El caso es que me encuentro frente al televisor haciendo zapping. Soy un cazador y como tal tengo que acechar a mi presa. No es difícil imaginar que los programas se nutren de una estupidez monumental lo que me hace preguntarme cómo la gente puede entretenerse con ellos. Siendo honesto no sé que tan divertido puede resultar ver jugar a los conductores. Lo interesante, en todo caso, sería hacerlo uno mismo pero la televisión nos ha enganchado para alejarnos de actividades tan simples como el juego.

Paradójicamente me detengo en una sección de cocina. El chef, de nombre Mariano, es un sujeto incípido que no sabe si hablar de la receta, desarrollar la receta, hablar de los ingredientes o emitir piropos hacia su co conductora (¿debo decir pinche?), una señorita que parece entrenada para evadir los comentarios del cocinero y hacer que éste se centre en el guisado. Llega un momento en que la comida ya emplatada, se encuentra dispuesta para ser degustada por la señorita que no hizo nada. Tras un fingido bocado y una expresión que no sé si es de aprobación o repugnancia, se ponen a bailar. Ni tiempo me dio de anotar los ingredientes.

Después me encuentro a otros chefs platicando adentro de un refrigerador. Así, entre legumbres, cartones con leche y tuppers, hablan de hacer una comida que en su preparación original lleva carne pero como ellos son veganos y defensores de las carnitas y los ribe eyes vivos, la van a preparar con un hongo que no es venenoso pero que igual le arrancan cruelmente a nuestra madre tierra. Omito perder mi tiempo con estos farsantes culinarios.

Desafortunadamente, por perder mi tiempo en el canal de Imágen televisión, me pierdo la sección de cocina del programa estrella del canal 2.1. Casi una hora después llego hasta el canal 22.1 donde un señor prepara una bebida de nombre tejuino. Sin empacho alguno el hombre, a quien asocio plenamente con Don Cheto (no sé por qué conozco a Don Cheto pero así es la vida), comparte la receta que su padre le heredó y no sólo eso sino que muestra sin empacho la forma en que la prepara para su venta. Se me antoja. La sección es breve pero aleccionadora. Es una lástima que no haya visto el programa completo pero seguramente, conociendo la programación de este canal, en dos meses o en tres años, podré verlo todo.

Gracias a mis fuentes me entero que en el 1.1 existe un programa de nombre Cocineros mexicanos. La calificación con que mi informante evalúa la emisión es "muy bueno", razón suficiente para sembrarme la duda pero también para cambiar de canal. Ya en sintonía no me falta razón para decir que los programas de cocina han perdido ese toque que caracterizó a... bueno, a decir verdad no recuerdo programas de cocina dignos de pasar a la historia. Lo cierto es que este programa es de los que uno puede prescindir sin temor a quedarse sin comer pues a la vuelta de la esquina siempre habrá a una señora más eficiente y con mejor sazón que nos dejará la barriga satisfecha. El caso es que Cocineros mexicanos me recuerda un poco esa caricatura llamada Los súper campeones donde un equipo de futbol tardaba cerca de cuatro capítulos en atravesar el terreno de juego, otros dos en centrar y otro capítulo para que el delantero pensara si iba a cabecear, rematar de chilenita o simplemente iba a dejar pasar la bola para su compañero que estaba en mejor posición. Jamás supe quién ganó. Igual aquí: un cocinero a quien todos llaman cariñosamente Toño, se las da de ser muy bueno pero en realidad es más lo que presume que lo que hace. En la medida en que intenta cocinar unas costillas en salsa picante narra anécdotas que bien podría ahorrarse para su cena de año nuevo, así como gracejadas que son festejadas por dos señoritas y un joven de lentes (que a la menor provocación promete que va a preparar un pastel imposible como si eso fuera realmente una hazaña). El tal Toño se adorna mucho. Aburrido porque al dichoso platillo nomás no avanza, prefiero desertar hacia otro canal.

Ya con el coxis inflamado y a punto de apagar el televisor me encuentro con un señor bigotón, vestido de charro, llamado Yuri, que prepara pollo en salsa verde, sopa de migas y agua de mamey. Con un hablar pausado y la sensación de saber exactamente lo que hace, se centra en la preparación de sus guisos haciendo los comentarios pertinentes para rematar su proceder y nunca para adornarse. Así, en secciones breves pero concisas este hombre me da la impresión que yo también tengo la capacidad de preparar un menú para aclamar mis ansiedad.

Sin cavilar más apago el televisor y salgo a la calle dispuesto a buscar un almuerzo rico. ¿Les he dicho que en la cocina soy un fraude? Ya más tarde veré si sigo viendo la televisión o me mantengo fiel a la misión de esperar pacientemente el estreno de la segunda temporada de Merli en Netflix.

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