domingo, 31 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 11.

La cena de año nuevo nunca me ha representado tanta formalidad como la de navidad pero no por ello dejo de darle la debida importancia. Esta vez consideré preparar una carne asada.

Ingredientes para una carne asada:

- 2 kg de ribe eye
- 2 kg de new york
- 2 kg de aguja norteña
- 2 kg de milanesa de contracara
- 2 kg de costilla de res
- 2 kg de picaña
- Un costillar de cerdo de buen tamaño (normalmente pesa 3 kg)
- Salchichas
- Alitas enchiladas
- Chistorra
- Chorizo brasileño
- Queso asadero
- 5 kilos de tortillas

Una parrillada que se precie debe llevar complementos. Lo mejor son unos frijoles charros. Ingredientes para lo frijoles charros:

- 1 kg de frijol bayo
- 250 g de salchicha
- 250 g de jamón
- 250 g de tocino
- 500 g de chicharrón

La preparación de todo esto lleva su tiempo así que en lugar de escribir detalladamente el procedimiento de prparación, mejor me apuro a hacerlo en la vida real o de lo contrario, comenzaré el año cocinando.

Feliz año 2018.
 

sábado, 30 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 10.

El último obsequio que recibí por parte de los Reyes Magos fue la Fortaleza secreta de Mask. Cursaba el sexto grado y meses atrás había escuchado los primeros rumores acerca de la identidad de esos fantásticos y generosos seres. Por mi propio bien me resistí a creer en esa patraña y llevé la ilusión al límite.

Mask, por cierto, fue una caricatura que le hizo competencia a G.I. Joe y que generó cierto arraigo entre varios ñoños como yo. Cuando salieron las figuras de acción muchos nos volcamos a pedirle a nuestros padres que nos compraran algunas pero ellos prefirieron dejarle esa encomienda a los reyes de oriente. El año siguiente me convertí en un precursor de los males actuales pidiendo a mi madre que de día de reyes me obsequiara un Atary 2600. Tuve el regalo semanas atrás aunque pude utilizarlo hasta el 6 de enero.

Después de eso me alejé de las jugueterías por muchos años y únicamente me vi obligado a regresar a ellas cuando mis hijos comenzaron a ser bombardeados por los comerciales de la televisión y los comentarios de sus compañeros. Así, la labor de buscar muñecos cachetones de la marca Cabagge Patch, hornitos mágicos, princesas, Bratz, maquinas de trenzas, todos los personajes de Toy Story, pistas de Hot Weels (que por cierto siempre resultaron un fiasco), Max Steel en quince versiones diferentes y una interminable cantidad de juegos de mesa, se volvió un calvario que concluyó cuando mis hijos, aún siendo niños de primaria, me hicieron saber que una fuente fidedigna les había develado el misterios de los reyes. De esa manera el siguiente regalo que les hice fue un Xbox Kinect con lo que desde entonces los obsequios se comprar con mucha antelación y sin la emoción de elaborar las cartas y bolear los zapatos.

Por una razón denominada sobrina, desde hace tres años volví a retomar la andanza por las jugueterías en estas fechas. Invierto bastante tiempo en esta labor pues me encuentro desconectado de las novedades.

Hoy invertí parte de la tarde en recorrer los pasillos y entre los básicos Nenucos, las princesas de Disney, las pistas de Hot Weels, los personajes de Toy Story, las seiscientas versiones del señor cara de papa, los juegos de mesa y los súper héroes de la liga de la justicias, cinco juguetes llamaron mi atención:

1) Los juguetes de Playmobil. Un clásico de clásicos. Siguen siendo baratos, hermosos y lo mejor de todo: existen muchas presentaciones de estos singulares amiguitos cuya finalidad de divertimento promete muchas horas de imaginación. A mi sobrina tal vez no le llamen la atención pero a mí sí. El set de Los Cazafantasmas puede ser un gran obsequio bajo mi árbol.

2) El juego de química Mi Alegría. Me impactó ver que sigue tan vigente como hace treinta años. La misma caja, los mismos elementos, el manual de experimentos. Mi primo tuvo uno y jamás pudimos concretar algo. Ni una chispa. Tal vez sea hora de volver a tenerlo y reiniciar nuestro interés por la ciencia.

3) Un set de tatuajes. En mi infancia para colocarnos un tatuaje temporal bastaba con comprar un Gansito o unos Pingüinos Marinela. Recortábamos el personaje, empapábamos la piel con alcohol y colocábamos el muñequito presionándolo por varios minutos. A los padres no les gustaba eso. En la actualidad la cultura del tatuaje ha mutado y por eso entre los juguetes que llamaron mi atención fue una caja que contiene elementos para hacerse tatuajes: calcas, pintura, plantillas, diamantinas, etc. Conozco personas que seguramente lo van a comprar para ellos.

4) Un aerógrafo. La idea de crear me parece hermosa. Conozco muchos niños y jóvenes que dibujan bastatnte bien pero se encuentran detenidos en los lápices de colores o las crayolas. Este aerógrafo trabaja básicamente con pinturas que puedes usar sobre cualquier superficie. Será un hermoso regalo que muchos aspirantes a diseñador gráfico pueden pedirle a sus papás.
 
5) Bop it versión minions. Conocí el Bop it en su primera versión porque mi hija me lo pidió. Al año siguiente salió una versión nueva y también lo compré. Hace dos años compré la versión Androide A2R2, de la Guerra de las galaxias. Muchos dicen que no le hallan chiste al jueguito pero se vuelve adicción. esta vez hay una nueva versión Minion que es lo mismo que las anteriores pero ¡en forma de Minion! Si mi hija no lo pide, tendré que comprarlo por voluntad propia.

Y ustedes, ¿qué le van a pedir a los reyes?

viernes, 29 de diciembre de 2017

Bitacora de vacaciones. Nota 1.

Ayer esperé media hora después de media noche para buscar Merli, en Netflix. Nada. Entonces decidí hacer un recorrido por un lugar insigne de mi comunidad, como ya pudieron leerlo. El caso es que esta mañana me percaté de que la serie ya estaba en la plataforma y emocionado comencé a verla. Desafortunadamente entre visitas inesperadas, trabajadores impacientes, la escacez de agua por la avería del Sistema Cutzamala y una grata charla de varias horas vía whatsapp, sólo pude ver los primeros 15 minutos.

Llevo meses esperando la segunda temporada y no logré ver un capítulo siquiera. Como pintan las cosas seguiré esperando, probablemente, hasta el año nuevo. Se ve interesante. Me metí a Twitter para indagar (no, yo no soy de esos mamones que casi matan al prójimo si acaso cuenta algo... le dicen espoilerear... mamones, otra vez) y leo buenas cosas, muy cosas pero interesantes.

Me llamó la atención un sujeto: "Terminé los trece capítulos de #Merli2 #NetflixLA. ¿Para cuándo la tercera temporada?

Ya me quedé atrás. ¿Qué pensaría Merli, al respecto?

Bitácora de vacaciones. Día 9.

La calle del hambre adquirió su nombre por cuatro cosas: las fritangas, los tacos, las hamburguesas y la ventanita de una tienda llamada Puerto Baita donde borrachos consagrados y nóveles aventureros de la noche, forjaron hermandades legendarias.

Hace 25 años sobre la avenida Toluca, en la colonia Cumbria, apenas había unos cuantos puestos banqueteros donde se preparaban pambazos, quesadillas, gorditas, sopes y papas fritas. Recuerdo algún local pequeñito, sin mesas, donde vendían churros. No había café. Existía un carrito donde se preparaban unas hamburgesas asquerosas cuyo prodigio consistía en sostener el hambre de cualquiera hasta bien entrada la noche. El hit de ese peculiar corredor era una taquería de nombre Galván donde las familias solían reunirse los viernes por la noche. Era una taquería enorme para la época. Yo era visitante asiduo del puesto de papas fritas y con los años me volví cliente frecuente de la ventanita del Baita. Ahí conocí a varios de mis mejores amigos, me hice de unos cuantos enemigos y cruzando la calle, logré forjar un amor ridículo. Nunca faltó una trifulca a consecuencia del exceso de tragos. Nada que no pudiera dirimirse a golpes o chocando las botellas. ¡Salud por esos días!

Anoche decidí visitar la avenida Toluca muy entrada la noche: a la 01:00 am. Fue un impulso de esos que merecen cumplirse nomás por capricho. Seguramente estaba helando pues en pocos minutos de andar mi ropa se humedeció. Los viejos negocios que vi emerger hoy son un ridículo recuerdo que dio pie a locales grandes con capacidad para atender a cincuenta o cien personas a la vez pero que carecen de la calidez de los changarros pequeñitos. Suelo visitar una taquería donde cada vez me atiende una persona diferente. Esta vez hubiera ocurrido lo mismo. Decidí beber un trago. Hay un sitio a un par de cuadras. El lugar se encontraba vacío. "Ya vamos a cerrar, jefe", me informó un joven con cara de aburrido. Mi segunda opción es una casa acondicionada donde jóvenes y adultos contemporáneos (¡qué mamón!) cantaban al ritmo de La Banda Pistache. Regresé mis pasos y me dirigí a Puerto Baita. Toqué como en antaño pero nadie respondió. Los taqueros de la otra esquina, quienes tallaban coordinadamente la banqueta con sus escobas me observaron lastimosamente.

Afortunadamente frente a la secundaria Calmecac, sitio insigne para el ligue juvenil en los años noventas, encontré una taquería vacía que aún ofrecía servicio. Pedí unos tacos al pastor y una cerveza. La señorita que me atendió me observó con cierta curiosidad por pedir un trago helado en una noche que ameritaba una bebida caliente. Llegó la cerveza. Los taqueros parecieron animarse con mi presencia y trabajaron de inmediato. Comí con calma y antes de liquidar la orden pedí una nueva ronda de bebida y comida. Los tacos ahora fueron de suadero. No reparé que detrás de mí estaba un policía que le hacía señas a la señorita de la caja. Seguí comiendo y pedí otra cerveza. El radio del policía me volvió a alertar. Ahora se encontraba afuera del local recargado en su camioneta. Pedí una cuarta cerveza y otra ronda de tacos y en ese momento entraron tres personas a la taquería. Se acomodaron y pidieron tortas y café. Uno de ellos me sonrió que intentó ser amable. Aproveché para ir al sanitario y al regresar descubrí al policía, casi oculto, junto a uno de los refrigeradores. Me pareció que toda esa guardia tenía que ver conmigo.

En mi reloj casi daban las tres de la mañana cuando pedí la cuenta. Cuando recibí mi cambio, el policía se subió a su patrulla y avanzó lentamente. Metros adelante lo alcancé y al pasar a su lado lo volteé a ver con mi traicional cara de nada con la que le dediqué una gran mentada de madre. Doblé por la avenida Valle de México y el policía siguió su camino sobre la calle del hambre, que en realidad es avenida.

Ahí en la esquina del parque, que ahora se muestra oscuro y descuidado, recordé a Carolina, mi amor más ridículo. El primero a decir verdad. Un grupo de skaters se divertían con sus tablas como si fuera medio día. Cómo juzgarlos si yo decido salir a cenar a la hora de las brujas. Metros más adelante está la casa de Julissa (púchele al nombre si no recuerdan quién es). Pensé en aquellos años en que yo era idiota y enamorarme no era mi prioridad. Atravecé la avenida y me acerqué a su puerta. El patio seguía intacto, lleno de hojarasca. Ya no estaba la vieja mesa de ping pong. No tengo idea si La China siga viviendo ahí y como sea, no era la hora correcta de averiguarlo. La torreta de una patrulla iluminó la fachada y ese fue el mejor pretexto para caminar. En un Oxxo que no tenía registrado en la memoria dos borrachines juntaban sus últimas monedas para comprar un trago. Apresuré mis pasos y llegué hasta la avenida Teotihuacán, camino que me vio regresar un sin fin de noches. Ahora es un sitio peligroso, dicen. Cuando llegué al crucero donde se encuentra el semáforo me sentí seguro aunque hace unos años, la colonia donde vivo se convirtió en una de las más peligrosas de Cuautitlán Izcalli. Resultaba riesgoso andar por las calles a esta misma hora pero pesar de eso varias veces tuve la necesidad de recorrerlas, con varios tragos a cuestas, para poder llegar a casa. En la actualidad, ¿qué colonia no es peligrosa en México?, pienso. Algunos taxistas esperaban pasaje en su base. Uno de ellos, al verme, levantó el brazo ofreciéndome sus servicios. Agradecí inclinando la cabeza.

A las 03:48 encendi mi carro y decidido a regresar a la calle del hambre, esta vez sólo para recorrerla detenidamente. A medio camino pensé en mi estupidez y opté por dar vuelta rumbo al Oxxo del parque Isidro Fabela. Ahí sí había ambiente. Tres carros y una camioneta, cada cual con la música a todo volumen, esperaban a sus ocupantes quienes charlaban a grito pelado. "Buenas noches", saludé pero nadie respondió. Pedí un café, unas mantecadas y unas galletas, y cuando recibí mi pedido me apresuré al carro.

Recorrí mi colonia, siguiendo el camino de la nostalgia y pasando por las calles donde vivían mis viejos amigos. A las 05:26 llegué a la puerta de mi casa. Tenía sueño pero preferí encender la computadora y comenzar a redactar este texto. Un nuevo capricho de esos que me apetece cumplir.

*Foto: Periódico de Izcalli.




jueves, 28 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 8.

"Vas a ser papá." Cada 28 de diciembre, durante varios años, ese mensaje se replicó cuando menos tres veces en mi teléfono, en diversas formas. La verdad sí me daba miedo considerando quienes me enviaban los mensajes. Pero este 2018 el ingenio decayó o tal vez muchos perdimos la inocencia y contrariamente nos declararnos en total amargura. ¡Qué terrible que una tradición antiquísima se esté perdiendo por culpa de los noticieros o los programas de televisión cuyas notas, reportajes y dinámicas absurdas ponen en alerta a la gente! Basta con que transmitan un reportaje o una noticia increible para que todos nos pongamos escépticos durante el día. Me pregunto si alguno de los que me lee cayó en alguna broma. Si es así, lo felicito, forma parte de quienes todavía son inocentes.

Y sabiendo que todos sabíamos que hoy es día de los inocentes, no faltó quien publicó en el grupo de whatsapp de la familia que se iba a casar o que estaba embarazada. Nadie lo creyó. Tampoco faltaron los fichajes bomba en el futbol o la noticia de que cierta cantante se divorciaba. Las mismas bromas, los mismos dichos de cada año. ¿Dónde quedó el ingenio? Lo siento pero vivimos en la era de las redes sociales donde se necesita ser una mente brillante o tener suficientes recursos para que lograr consolidar una broma. Para muestra dense una vuelta por los canales de bromas en YouTube.

Así que, por favor, desde hoy vaya planeando sus bromas. Los embarazos y las bodas ya no sirven para infartar a las tías gordas.

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Por alguna razón la ensalada navidad me sabe bien cuando han pasado tres días de la cena. Durante tres momentos comí raciones abudantes que me hacen desear que sea navidad de nuevo. El secreto para conseguir este placer se encuentra en que la noche del 24 omití probar cualquier cosa que tuviera manzana, crema y pasas mezcladas.

Hoy todavía vi algunos memes acerca del recalentado. Exagerados. Yo he subido de peso lo suficiente sólo para darme cuenta que estoy de vacaciones. Por lo demás hoy pude desayunar una torta de pierna, comer tacos de pavo con relleno y cenar un pedazo de lomo enchilado. Ni me fastidió, ni me puse como tinaco...

*   *   *

Netflix pometió que la segunda temporada de Merlí se estrena el 29 de diciembre. Me pregunto si esto significa que a las 00:01 horas ya puedo estar viendo el primer capítulo. Por si eso ocurre, me desvelaré.

Tal vez se preguntan que tiene el tal Merlí para que me apasione tanto. Bueno, es sencillo. Algunas personas amaron la serie Breaking Bad, otras a Game of thrones y otros más a House of cards. Amaron esas series porque se identificaron con algún personaje y no les discuto nada. Yo no me había identificado tanto con alguien desde la caricatura de Daniel el travieso, así que era justo que lo hiciera ahora que mi vida profesional se encuentra en su punto cumbre.

Merlí, simplemente, está basado en mí. ¿Cuántos no han pensado eso con sus series preferidas?

Ya les platicaré qué pasó.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 7.

Lo que más disfruto de las vacaciones es hacer cosas que no hago en un día común y ver televisión es una de las actividades que más placer me provocan. Sé que el prejuicio que mis lectores tienen hacia la antes llamada caja idiota es enorme pero siempre es interesante observar los programas que se proyectan pues esto dice cómo anda de juiciosa la sociedad.

El caso es que me encuentro frente al televisor haciendo zapping. Soy un cazador y como tal tengo que acechar a mi presa. No es difícil imaginar que los programas se nutren de una estupidez monumental lo que me hace preguntarme cómo la gente puede entretenerse con ellos. Siendo honesto no sé que tan divertido puede resultar ver jugar a los conductores. Lo interesante, en todo caso, sería hacerlo uno mismo pero la televisión nos ha enganchado para alejarnos de actividades tan simples como el juego.

Paradójicamente me detengo en una sección de cocina. El chef, de nombre Mariano, es un sujeto incípido que no sabe si hablar de la receta, desarrollar la receta, hablar de los ingredientes o emitir piropos hacia su co conductora (¿debo decir pinche?), una señorita que parece entrenada para evadir los comentarios del cocinero y hacer que éste se centre en el guisado. Llega un momento en que la comida ya emplatada, se encuentra dispuesta para ser degustada por la señorita que no hizo nada. Tras un fingido bocado y una expresión que no sé si es de aprobación o repugnancia, se ponen a bailar. Ni tiempo me dio de anotar los ingredientes.

Después me encuentro a otros chefs platicando adentro de un refrigerador. Así, entre legumbres, cartones con leche y tuppers, hablan de hacer una comida que en su preparación original lleva carne pero como ellos son veganos y defensores de las carnitas y los ribe eyes vivos, la van a preparar con un hongo que no es venenoso pero que igual le arrancan cruelmente a nuestra madre tierra. Omito perder mi tiempo con estos farsantes culinarios.

Desafortunadamente, por perder mi tiempo en el canal de Imágen televisión, me pierdo la sección de cocina del programa estrella del canal 2.1. Casi una hora después llego hasta el canal 22.1 donde un señor prepara una bebida de nombre tejuino. Sin empacho alguno el hombre, a quien asocio plenamente con Don Cheto (no sé por qué conozco a Don Cheto pero así es la vida), comparte la receta que su padre le heredó y no sólo eso sino que muestra sin empacho la forma en que la prepara para su venta. Se me antoja. La sección es breve pero aleccionadora. Es una lástima que no haya visto el programa completo pero seguramente, conociendo la programación de este canal, en dos meses o en tres años, podré verlo todo.

Gracias a mis fuentes me entero que en el 1.1 existe un programa de nombre Cocineros mexicanos. La calificación con que mi informante evalúa la emisión es "muy bueno", razón suficiente para sembrarme la duda pero también para cambiar de canal. Ya en sintonía no me falta razón para decir que los programas de cocina han perdido ese toque que caracterizó a... bueno, a decir verdad no recuerdo programas de cocina dignos de pasar a la historia. Lo cierto es que este programa es de los que uno puede prescindir sin temor a quedarse sin comer pues a la vuelta de la esquina siempre habrá a una señora más eficiente y con mejor sazón que nos dejará la barriga satisfecha. El caso es que Cocineros mexicanos me recuerda un poco esa caricatura llamada Los súper campeones donde un equipo de futbol tardaba cerca de cuatro capítulos en atravesar el terreno de juego, otros dos en centrar y otro capítulo para que el delantero pensara si iba a cabecear, rematar de chilenita o simplemente iba a dejar pasar la bola para su compañero que estaba en mejor posición. Jamás supe quién ganó. Igual aquí: un cocinero a quien todos llaman cariñosamente Toño, se las da de ser muy bueno pero en realidad es más lo que presume que lo que hace. En la medida en que intenta cocinar unas costillas en salsa picante narra anécdotas que bien podría ahorrarse para su cena de año nuevo, así como gracejadas que son festejadas por dos señoritas y un joven de lentes (que a la menor provocación promete que va a preparar un pastel imposible como si eso fuera realmente una hazaña). El tal Toño se adorna mucho. Aburrido porque al dichoso platillo nomás no avanza, prefiero desertar hacia otro canal.

Ya con el coxis inflamado y a punto de apagar el televisor me encuentro con un señor bigotón, vestido de charro, llamado Yuri, que prepara pollo en salsa verde, sopa de migas y agua de mamey. Con un hablar pausado y la sensación de saber exactamente lo que hace, se centra en la preparación de sus guisos haciendo los comentarios pertinentes para rematar su proceder y nunca para adornarse. Así, en secciones breves pero concisas este hombre me da la impresión que yo también tengo la capacidad de preparar un menú para aclamar mis ansiedad.

Sin cavilar más apago el televisor y salgo a la calle dispuesto a buscar un almuerzo rico. ¿Les he dicho que en la cocina soy un fraude? Ya más tarde veré si sigo viendo la televisión o me mantengo fiel a la misión de esperar pacientemente el estreno de la segunda temporada de Merli en Netflix.

martes, 26 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 6.

Después de varios días de suplicio en el taller mecánico a consecuencia de una afinación que se convirtió en la reparación de varios detalles menores (pinches mecánicos), decidí llevar mi automóvil a verificar. Para lograrlo hice el ritual de siempre: me levanté temprano para aspirarlo y lavarlo, le pedí la Karcher a mi vecino, hice un desmadre con el engrasante que se le pone al motor, me bebí un vaso enorme con agua de limón, me arreglé (lo que incluye ducha y perfume), acomodé la documentación dentro de un libro y conduje hasta el verificentro predispuesto a encontrar una fila enorme. Y así fue.

Faltaban menos de diez minutos para las once cuando pretendí tomar mi lugar en la fila. Calculé que delante de mi había treinta autos, más otros quince adentro del lugar. Supuse una espera larga. No conté con que un imbécil con gafas, montado en un viejo Dart K modelo 1982, tuvo la genial idea de echarme laminazo para meterse adelante de mí. Acaba de nacer el niño Dios y mi sed de venganza no es suficiente para hacerlo llorar así que me contuve y esperé que el karma le cobrara la osadía.

Me entretengo observando a los señores que hacen negocio en torno al verificentro: a las señoras que por su escote exigen trato preferencial, a los despistados que ya se les pasó la fecha para el trámite, a los que llevan a toda la familia como si fuera un día de campo, a los que te sacan la calcomanía a cambio de una lana, a los que alegan pendejadas por ser amigos de Don Noséquién, etcétera. Me percato que la fila comienza a avanzar pero mi vecino no se mueve. Soy enemigo de hacer uso del claxon así que espero. El ruido detrás de mí se vuelve infernal y varios automovilistas amagan con saltarse si no avanzamos de inmediato. Al volver la mirada al frente me encuentro con que el imbécil con gafas está tratando de abrir su portezuela. Enciendo mi carro. Repentinamente el sujeto comienza a buscarse algo en todos los bolsillo de la ropa y luego dentro del carro. ¡Se le quedaron las llaves adentro! El premio por no hacer llorar al niño Dios es avanzar tres lugares, eso en lenguaje de personas que pretenden verificar, es muchísimo. Cuando paso a su lado lo observo esbozando mi sonrisa de "te chingaste por pendejo". Acto seguido, varios automovilistas pasan a su lado haciendo lo mismo aunque en lugar de sonreir lo ven con cara de lástima. Por designios que considero divinos, otros automovilistas que se encuentran adelante comienzan a abandonar sus lugares. Así, en menos de media hora me encuentro dentro del verificentro.

Don Yaguarú es el encargado del sitio. Es un hombre enfundado en un overol verde cuyo parecido con el insigne cantante de la guapachosa agrupación, es idéntico. Estoy seguro que Ángel Venegas no murió y al igual que Pedrito, Elvis, Kurt y Michael, él también fingió su muerte y alejado de las mieles de la fama, vino a dirigir este verificentro donde las ganancias por cada "brinco" son el equivalente a una presentación con su conjunto. Don Yaguarú me pide mis documentos y me ordena tomar mi lugar en la línea 1. "Pásate rápido, pa'. Ya nos queremos ir", me dice mientras en mi cabeza es inevitable que suene: "si con volverte a mirar, tan sólo con verte pasar, estoy muriendo de dolor, estoy sufriendo más y más."

En los quince minutos que espero, me toca presenciar a varios automovilistas que no pasan la verificación. Comienzan una serie de negociaciones más complejas que las que buscan la paz en medio oriente. Hombres que corren abriendo a discreción las billeteras y minions de overol verde que estiran la mano esbozando sonrisas casi delincuenciales. El movimiento ebulle y repentinamente desaparece. Todo es calma nuevamente. El sujeto que trae mis documentos me llama en voz alta. "Pasa a la caja a pagar y con lo que gustes dar de navidá". Sonriente le doy un billete debidamente reservado para la ocasión. ¿Qué ocurriría si no se lo diera? ¿Acaso me boletinarían y harían de mi trámite de verificación algo imposible de lograr?

La verificación vehicular es un martirio terrenal que seguramente otorga puntos para ir al cielo, por eso la cumplo a cabalidad aunque haya que pagar.

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Emocionado por el estreno de la segunda temporada de Merlí, en Netflix, desperté temprano el día de navidad. Resultó que aparecían los mismos 13 capítulos de siempre. Una estafa, pensé. Gracias a Twitter me entero que la plataforma la aplazó el estreno para el día 29. Mientras tanto las series de narcotraficantes y agentes del FBI abundan. Creo que los usuarios necesitamos más opciones. Series menos bélicas y sí más divertidas. Cuando menos eso es lo que quiero.

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Nadie aceptó mi reto de desmentir el mame del #recalentado. Me queda claro que los que somos gordos lo somos y ya. Los que se quieren, se cuidan y el recalentado es un mito que sólo se disfruta en bocadillos pequeños que se acompañan con un buen trago o una taza de ponche calientito.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Día 5.

En mi vida como gordo profesional he visto a gente comer como si no hubiera mañana y no por eso van a aumentar de peso y talla de un día para otro. ¡No! La gordura es un estado de aparente satifacción que se construye con el paso del tiempo y una tremenda constancia para descuidarse. Así, la gordura sigue siendo uno de los últimos resquicios para la autodestrucción. Un estado punk cargado de azúcares y colesterol.

En los últimos años y gracias a las redes sociales cualquiera hace mame del recalentado. Señoras gordas que llevan años deleitándose con pastelillos frente al televisor se aterrorizan porque van a engordar en navidad. Señores chotos cuyo significado del ocio consiste en pasar horas inagotables frente a la computadora, la tablet o el celular para luego hacer mofa de los kilos que subirán por una cenita incípida de 24 de diciembre. Chiquillas estúpidas cuya dieta se encuentra basada en bebidas azucaradas y frituras, le tienen miedo a platito con pasta y proteína cocida al horno. Niños, abuelas, presidentes de repúblicas bananeras, candidatos a la presidencia, buenonas de catálogo, tamaleras con teléfonos celulares, hippies andrajosos, hipsters ultra veganos, terroristas, narcotraficantes, cantantes gruperos, condutores de televisión, editorialistas, taxistas: ¡todos hablan del recalentado como si realmente se lo comieran! ¡Caterva de payasos!

Son las 3:47 de la tarde y siento como si algo o alguien me hubiera robado horas de vida. estoy desvelado y la resaca exige que beba agua aunque sea de un charco. La estela aromática de carne recalentada me resulta repugnante. Mientras una conductora de televisión finge dar una gran mordida a una torta de recalentado, pienso que nadie en su sano hígado tendría ganas de probar semejantes amasijos, no en este día. ¡Quiero vomitar!

Tratando de respirar un poco de aire con aroma a pólvora salgo a la calle donde encuentro una fragancia a grasa hirviendo que me hace pensar que no debí haber ingerido tantas bebidas. Maldigo el momento en que no tuve el valor para decir "ya no, gracias". Debí haber malgastado el tiempo bailando cumbias y con ello sudar un poco. Preparo un gran vaso de agua de limón sin azúcar y lo bebo como suero. Para mí  resulta una buena cura para la resaca.

Recuerdo que Netflix anunció que hoy se estrenaría la segunda temporada de Merlí en su plataforma. Es hora de disfrutar. Al final, la navidad es eso: tirarse lo que resta del día a vegetar, esperando que llegue la hora de ir a dormirse.


domingo, 24 de diciembre de 2017

Bitacora de vacaciones. Día 4

La gente anda como loca. El tianguis que desde tiempos inmemoriales se coloca cada domingo en mi comunidad, se encuentra a reventar. Pienso en la crisis, en la inflación, en el gasolinazo. Los mexicanos tenemos dinero para costearnos una cena de navidad tal y como el capitalismo manda y aún más. Trump lo sabe y por eso quiere que financiemos su muro. "Lo pago", diría el borracho golpeándose el bolsillo para que resuene la morralla. Una señora me saca de mis cavilaciones al grito de "señor, si no va a comprar, mejor muévase". ¡Peladita, hija de su repipín...chamaca!, pienso mientras doy tres pasitos al frente y arranco las bolsas para mis víveres. Mientras espero mi turno dos señoras comienzan a pelear por culpa de unos jitomates. Imagino que los jitomates las observan resignados a su destino, deseándo que se rompan la crisma como es debido, eso sí, lo antes posible. Muchos insultos, muchas mentadas de madre, muchas maldiciones pero ninguna de las dos se anima a asestarse el primer madrazo. Los que presenciamos el show sólo queremos que se muevan para poder comprar y escapar de este infierno que Dante nunca imaginó: el del mercado rodante.

Dos horas después regreso a casa y comienzo con el ritual de cada año: destapo una cervecita y me siento en un banquito que está en el patio para contemplar a los vecinos que pasan. La mayoría me saluda, algunos me dicen salud levantando la mano y otros me dicen felicidades. A mi edad no he logrado entender por qué las personas felicitan en la víspera de la noche buena. ¿Será porque no te ves tan jodido? ¿Será porque te ganaste la lotería y no lo sabes? ¿Será porque eres la viva imagen del niño Jesús? ¿O será, simplemente porque no te moriste? Éstas preguntas se reflejan junto con mi rostro barbado en la botella de cristal oscuro que apresuro a vaciar. La siguiente cerveza la bebo de pie y ya con medio cuerpo en la banqueta, no quiero darle pretexto a la policía de venir a joder a domicilio. Mi vecino Carlitos, el que es desmadrosito y chispa al platicar, corre con un montón de refrescos entre los brazos; la vecina buenona camina apresurada sosteniendo bolsas para obsequio; el muchachito repartidor de la carnicería baja a toda velocidad eficientando su labor; el señor de las nieves me dice salud y yo aprovecho para ofrecerle una cerveza. La rechaza y eso es suficiente para que yo decida regresar al ritual navideño de cada año.

Ya en la cocina, acomodo los ingredientes:

- 1 pavo ahumado de buen tamaño
- 1/2 kg de carne molida de res
- 1/2 kg de carne molida de cerdo
- 200 g de tocino
- Chiles, especias, pasas, nueces, almendras, ciruelas pasas (las suficientes para el pavo y para el que lo está preparando)
- 1 cebolla y dos dientes de ajo
- Una piña de buen tamaño, pelada y cortada en trozos medianos
- Jugo de cerezas
- 1 botella de vino blanco
- 1 barra de mantequilla
- 6 cervezas
- Una bolsa de papitas
- Una bolsa de cacahuates japoneses, saldos o enchilados
- 200 g de jamón en trozos
- 50 g de chiles en vinagre
- 50 g de verduras en escabeche

Mientras preparo el relleno cuya simpleza en la preparación no tiene cabida en este texto, me bebo un par de cervezas. Al relleno se le echan las nueces, almendras, ciruelas pasas y pasitas sin chocolate. No sé en qué momento se pelaron y trozaron las nueces y las alendras pero me congratulo de que no haber echo esa labor. Posteriormente, me dedico a engrasar la charola y el pavo y vuelco la cazuelas de relleno dentro y alrededor del animal. Hago una pausa para beberme otra cervecita y comer un poco de cacahuates enchilados mientras enciendo el televisor y veo como los 49'ers de San Francisco evidencian a la mejor defensiva de la liga: los Jaguares de Jacksonville.

Al medio tiempo adquiero fuerza para levantarme del sillón y con cierto mareo a cuestas me dirijo a la cocina para preparar una charolita con jamón, verduras y chiles en vinagre. De paso aprovecho para ensalsar el pavo con el menjurje que molí con el pensamiento y comienzo a precalentar el horno a 190°. Cuando los 49'ers se van nuevamente al frente en el marcador pienso que es hora de poner a hornear el pavo. Lo merece. Lo merecemos quienes vamos a cenar en noche buena. Lo merce el niño Jesús y lo merece la paz mundial.

Media hora después, se saca el pavo del horno y con una brocha se vuelve a ensalsar de manera uniforme. Antes de regresarlo al calor se vierte un vaso de vino blanco dentro de la charola y otro vaso para el que está haciendo las labores de chef. Los 49'ers ganan y ya no hay cervezas en el refrigerador. Por la estabilidad de la paz mundial y para que la noche sea realmente buena, decido salir a buscar un cartoncito.

*   *   *

- ¿Compaste las baguettes? -escucho en la lejania tratando de distinguir si es un ángel quien me habla.

¡Las baguettes! Sin pan no hay cena. Me desmodorro magicamente. Son las 8:45 de la noche y a esta hora apenas estoy a tiempo de alcanzar un par de barras. las suficientes para no morir en la horca. El recorrido por las panificadoras de la colonia se prolonga por otras cuatro colonias, tres centros comerciales y una rosticería. Somos cientos, tal vez miles, de peregrinos que mendigamos de un sitio a otro buscando una simple baguette. Todos venimos de los mismos sitios que ya han pisado los otros y nadie puede conseguir algo. Mi último recurso es visitar la casa del señor que vende pan en una canasta y que todas las noches se para a gritar frente a mi casa. Toco, le expongo mi situación y mendigo. ¡No hay pan!

No sé en qué parte de la Biblia dice: ¡acapararán los panes!

Parece que esta no será una noche de paz.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones. Días 3.

Me gustan las pastorelas pero desde hace años no ha habido una que logre cautivarme. En el último año pisé la iglesia de mi comunidad en más ocasiones que en los últimos diez años eso sí, siempre en situaciones debidamente justificadas: el 6 de enero cuando partieron una rosca monumental, en abril cuando tocaron Los Terricolas y tuve que llevar a mi madre, en julio cuando acudí a comprar pan hecho por las madres y anoche para presenciar la pastorela. Debí imaginar que esa pastorela estaría apegada a la tradición eclesiástica y llevaría un mensaje basado en los pecados capitales donde al final triunfara el bien. Y así ocurrió. También consideré que como buena pastorela no faltarían las picardías. Desafortunadamente me equivoqué. Ante semenajte insipidez, me aburrí mucho porque los actos estuvieron plagados de solemnidad. El escritor o el director decidieron sospechosamente omitir las gracejadas de los demonios que intentan desviar a los pastores del camino y no hubo siquiera la posibilidad de forzar una risita. Noté el desencanto de la gente, principalmente de los padres de familia que emocionados, esperaban que sus hijos salvaran la función. Salvo la sorpresa de quienes se extrañaron al verme en territorio cristiano, lo demás puede prescindirse en este relato.

Regresé a casa buscando algo qué hacer, algo que me entretuviera. La verdad no tenía ganas de leer por lo que busqué otra actividad. Opté por ver algunos capítulos de Dr. House. Pocas personas saben que en su momento no pude ver la serie debido a que el horario de transmisión resultaba infame para mis responsabilidades laborales, sin contar que el doctor de marras me caía bastante mal y que en más de una ocasión su egolatría provocó que apagara el televisor. Hubo un capítulo donde esas diferencias no sólo se solucionaron sino que me convirtieron en uno de sus más fieles seguidores pero como lo mencioné líneas arriba, el horario de transmisión en televisión abierta siempre fue un impedimento para darle secuencia a cada temporada.

Afortunadamente, gracias a los servicios de streaming comencé a ver la serie nuevamente, desde el capítulo uno, a mi ritmo, regresándole a los capítulos que me gustan, aburriéndome con los que no me agradan, enamorándome de la doctora Lisa Cuddy, embelesándome con las prostitutas contratadas por House y aprendiendo de enfermedades que no sé si un día me alcanzarán.


Pienso en la cantidad de enfermedades que atacan a quienes me rodean. Pienso en los que estamos enfermos y tal vez no lo sabemos. Pienso en las enfermedades que nos negamos a aceptar que tenemos y omitimos tratar. Pienso en los que estaban enfermos y terminaron muriendo a pesar de que se atendieron. Pienso en que hace un año murió una de mis compañeras de trabajo: Sor Barby Girl, como solía llamarle en la intimidad de nuestras charlas. Ella era una mujer peculiar. Una profesora con historia. Por azares de la vida ésta la llevó de las canchas de basquetbol al coro de la iglesia y de ahí, al convento. Ahí otra broma del destino hizo que su camino bifurcara hacia las aulas para impartirle clases a quienes por ser desprotegidos no tuvieron la posibilidad de acudir a una escuela cuando tuvieron que hacerlo. Un día decidió entre el convento y la escuela y optó por convertirse en docente.


Bondadosa pero con carácter de justicia social, Sor Barby Girl siempre mostró esa capacidad para realizar su trabajo levantando la voz ante las injusticias. Nuestra relación no fue muy buena al principio pero los años nos situaron en un posición de amistad. Me gustaba escuchar como trazaba sus planes hacia el futuro cuando se retirara de las aulas y reíamos al pensarla disfrutando de la vida mundana. Yo solía incitarla al pecado y eso le generaba mucha curiosidad. Un día prometí escribir un texto narrando su historia. Y lo hice. Desafortunadamente no pude mostrárselo pues su vida se extinguió el pasado 24 de diciembre de 2016.

Mientras hago un repaso mental de las anécdotas que me narró una tarde mientras comíamos pollo hormonado, regreso al capítulo de Dr. House y hago un recuento de las ocasiones en que desafió a Dios al igual que la fe de sus pacientes. Decido apagar el televisor mientras pienso en el capítulo 15 de la temporada 5. Sin titubear mucho me levanto para buscar entre mis apuntes el texto que dediqué a Sor Barby Girl. Creo que es buen momento para releerlo y hacerle una correción. Creo que es buenoadesempolvarlo y hacer de su lectura el mejor recuerdo de los amigos que se nos fueron sin despedirse.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Bitacora de vacaciones. Día 2.

El día comenzó con una posada monumental: sonido, grupo de música versátil, cohetones de luces. Perros ladrando y aves volando de árbol a árbol en cada explosión. Pienso en mis amigos amantes de los animales. Estarían enfurecidos y pidiendo cadena perpetua para mis vecinos.

Los invitados invadieron las entradas con carros y camionetas mientras las parejas improvisaron la pista de baile justo a media calle. Pinche ruidero. Soy poco menos que un grinch moderno y además, real. Odio las pseudo posadas modernas en las que la gente llega buscando las bebidas alcoholicas. ¿Dónde quedó la bonita tradición de pasear a los peregrinos, pedir posada, quemarle el cabello a las niñas con la velita, escocerce la piel con la cera ardiendo, estirar la mano para recibir un silbato de colores, entrar a invadir un patio ajeno haciendo un ruido infernal, rezar el santo rosario, emocionarse con las piñatas, romperle la cabeza a alguien con un palazo, aventarse por los dulces, dejar la piel en el asfalto, comer enchiladas y regresar a la casa hinchado de dulces, frutas aplastadas, galletas de animalitos remojadas y una satisfacción hermosa? ¿En las posadas de su infancia no daban enchiladas? ¡Qué gente tan rara! Si algo me dejó la infancia fue entender que en las posadas los peregrinos comíamos enchiladas. A mí, aparte de la comida me gustaba mucho el ponche. Ahora me desespera comerme la fruta y sólo prefiero beber el juguito en porciones generosas.

La posada de anoche fue de las que no me gustan, por eso decliné amablemente la invitación. Argüí mucho trabajo para el día siguiente. Nadie tiene qué saber que estoy de vacaciones así que me creyeron pero no por eso consideraron que el respeto a mi sueño es la paz. Les valió madres y a la voz de clásicos como El venado, Qué bello, Montón de estrellas y El tucanazo, el bailongo comenzó.

Una hora después, cuando la Sonora Tinitus comenzó su número yo me estaba poniendo la pijama (es un decir porque duermo encuerado). La vibración de las ventanas me hizo saber que las siguientes horas tendría mucho que pensar. El ambiente fue a más y entonces decidí colocarme unos audífonos, seleccionar música y comenzar la lectura de un nuevo libro. Elegí las Confesiones de San Agustín. Seguramente, querido lector, usted se estará preguntando qué demonios hago leyendo un libro de San Agustín si es por demás conocido que soy un alejado de la religión. Sucede que existen personajes de la vida religiosa que desde siempre me han resultado fascnantes. Son los resabios de los años en que mi madre quiso que me consagrara al catecismo y por eso me envió a los cursos de verano durante tres años seguidos. Era malo en la escuela pero bueno aprendiéndome los rezos y las biografias de los hombres de Dios. La diferencia es que a mí aunque las historias me las contaban edulcoradas, llenas de amor y buenas intenciones me hacían pensar en el padre Jorge que era un verdadero hijo de la chingada. Verlo enojado me hacía preguntarme: ¿los santos eran regañones? Obviamente todos los adultos a los que se los pregunté me decían que no, que eran hombres probos y amorosos que se habían entregado a la vida bondadosa. Lo dudaba. Afortunadamente un día descubrí lecturas que me respondieron de mejor manera y Confesiones fue precisamente uno de los textos que mejor explicó mis dudas con respecto a los santos. En el San Agustín dice: "Más he aquí que hace tiempo mi infancia murió, no obstante que yo vivo." Y leer su biografía me hizo vivir sin dudas.

Aurelius Augustinus Hipponensis se convirtió en uno de los personajes que mejor ejemplificó lo que andaba buscando ¿La razón? Sería pertinente que ustedes mismos lo averiguaran y entendieran que los santos antes de ser cannonizados, tuvieron vida y muchos de ellos la disfrutaron mundanamente, así como lo hacemos la mayoría de nosotros.

A las 5.40 am decido que es hora dormir. La música aún se escucha con potencia y por los murmullos me imagino que los vecinos están ebrios y animados. Pienso que la mayoría disfruta de vacaciones de lo contrario es complicado llegar a sus trabajos aún borrachos. Decido asomarme por la ventana y me encuentro con la vecina buenona muy fresca, como la mismísima mañana, partiendo para el trabajo. Ella no tiene vacaciones, qué lástima. Entonces me viene a la mente ese pasaje dónde Aurelio Agustín se separa de su mujer y él se queda disfrutando de las mieles de la soltería. Bueno, no así pero el caso es que se queda solo y escribe: "Más yo, desgraciado, incapaz de imitar a esta mujer, y no pudiendo sufrir la dilación de dos años que habían de pasar hasta recibir por esposa a la que había pedido -porque no era yo amante del matrimonio, sino esclavo de la sensualidad-, me procuré otra mujer, no ciertamente en calidad de esposa, sino para sustentar y conducir íntegra o aumentada la enfermedad de mi alma bajo la guarda de mi ininterrumpida costumbre al estado del matrimonio." En pocas palabras, se rindió a la tentación de la carne.

Ahora puedo irme a la cama sin mayor reserva, después de todo son vacaciones y aunque no participé en la posada, la noche resultó productiva.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Bitácora de vacaciones de invierno. Día 1.

Por fin son vacaciones. Días de dormir, comer, realizar las labores propias de mi sexo y sí, hacer lo que se me pegue mi regalada gana con mi tiempo.

Desperté pasadas las 4 de la mañana y ante la imposibilidad de dormir decidí levantarme. Todo es silencio. Tengo una vecina cincuentona, divorciada, que desde hace meses, comienza la fiesta desde los miércoles. Normalmente los gritos y gemidos comienzan entre las 3 y las 5 de la mañana y entonces resulta imposible dormir. Esta aguzé el oído pero esta vez no ocurrió nada. Imagino que ella también está de vacaciones.

Todo es silencio, pero yo no tengo sueño y necesito hacer alguna actividad. Hurgo en mi librero donde hay libros sin leer apilados desde hace meses. Elijo uno al azar. Chelsea horror hotel, escrito por Dee Dee Ramone. Recuerdo que lo adquirí con gran gusto al no poder comprar la autobiografía de Steven Tyler y la biografía de The Ramones.
Las primeras páginas me atrapan. Vagabundos, drogadictos, su esposa y su perro Banfield forman parte del entorno de este músico punk. Las historias resultan sórdidas y a veces me parecen divertidas, tanto que me dan las siete de la mañana y un sueño pesado me atrapa. Tengo ganas de seguir leyendo pero tengo que dormir.

Despertio a las 11:00 am, me levanto y desayuno como suelo desayunar cuando estoy de vacaciones: lento y abundante. Enciendo la tableta y leo los periódicos. Ante la imposibilidad de leer noticas que no hablen de corrupción y ejecuciones, regreso al libro. Pienso en toda esa gente que ha vivido en el Chelsea Hotel. Pienso en Sid Vicious apuñalando a Nancy, pienso en el romance de Leonard Cohen y Janis Joplin... romance de una noche que comenzó por una confusión o una casualidad que fue bien aprovechada por el genttleman canadiense. Pienso en Cohen escribiendo una de mis frases preferidas: "Somos feos pero tenemos la música".

Me dedico a buscar más historias sobre el Hotel Chelsea y descubro unas cuantas canciones. Es una lástima que esté a punto de terminar este libro de 111 páginas fascinantes. Bueno, me quedan las canciones y las historias.

¿Y ustedes, qué están haciendo?