miércoles, 5 de octubre de 2016

Pistoleros famosos



Llegó una edad en que las vacaciones en el pueblo de mis abuelos dejaron de ser divertidas. Los chicos con los que solía jugar a la pelota, con quienes aprendí a cazar tlacuaches a pedradas y de los que aprendí el significado de la palabra desmonte, habían partido a los Estados Unidos. Los pocos que permanecían en el pueblo pasaban las tardes dentro del depósito de cerveza de La Cobija, un sujeto con aspecto de mafioso cuya memorabilia de Los Bukis es la más grande que hasta hoy haya conocido. Llegó esa edad en que mientras todos tomaban cerveza y comenzaban a sufrir los estragos de los primeros amores yo sólo buscaba pretextos para no salir de la casa y aceptar que los tipos de mi edad se habían convertido en hombres.

Fue en ese tiempo en que disfruté por primera vez una película de Mario Almada: El tunco Maclovio, que contaba además con la participación de Julio Alemán, ídolo de juventud de mi madre. No logro recordar si fue gracias a ella que me vi obligado a sentarme a ver aquella historia de vaqueros de la que entendí nada pero que me mantuvo en paz durante un par de horas pensando en que afuera, en las calles terregosas de un pueblo de San Luis Potosí, alguno de esos vaqueros que pasaba frente a la casa de mi abuela, debía alguna vida.

Samuel, El Melón, fue el único en conmiserarse de mi situación y de compartir aquel aburrimiento lozano. Era lo malo de ser tan chicos para beber cerveza y aún más, para entender los misterios del desamor. Así que lo único que se nos ocurrió fue que yo le diera mi dinero para que él pudiera abrir una cuenta en el novel Videocentro del pueblo pero que en nada se asemejaba al enorme video club cuyas franquicias pululaban por la ciudad. Con horror descubrí que los estrenos de ese cuchitril de diez metros cuadrados eran películas de matones a sueldo, de señoritas que manejaban tráileres, de cabareteras venidas a menos, de vaqueros que no incluían a John Wayne o Clint Eastwood y cuyos títulos, casi siempre, hacían referencia a canciones que ni por asomo yo me atrevía a escuchar entonces.

Había en la cara del Melón una emoción que me hizo desistir de la idea de pedirle mi dinero y salir corriendo a comprarme una resortera para apedrear a las gallinas de las vecinas. Resignado, caminé hasta la casa de mi amigo y gracias a la Súper Betamax que recién había traído su hermano del otro lado, conocí las historias de La banda del Carro Rojo, de Emilio Varela vs Camelia la Texana, de los Pistoleros Famosos, de Los cuates de la Rosenda, de La Muerte del Chacal, de La jaula de oro, del Tres veces mojado, de los Agentes federales y por encima de todas, la historia de Pedro, el de La camioneta gris, canción de los Tigres del norte que juro comencé a disfrutar enormemente a partir de ese día.

Entonces aprendí que el Melón no sólo era un buen anfitrión (que se desvivía en ofrecerme botanas y refrescos que liquidaran cada centavo de lo invertido en la suscripción y la renta adelantada de veinticinco películas) sino también un excelente conocedor de esas historias lo cual a mí me ayudó a tener un panorama más amplio sobre ese cine y que comencé a disfrutar gracias a sus acotaciones, comentarios y sobre todo a su contagiosa emoción que provocó que días después, ya de regreso en la ciudad, me dedicara a buscar las canciones por las que existían esas películas.

Casi olvido mencionar que no siendo el protagonista en muchas de esas cintas, Mario Almada apareció en todas. No fue difícil ubicarlo y menos aprenderme su nombre. Reconozco que su fulgor me fue indiferente por mucho tiempo hasta que coincidí con personas que al igual que el Melón se emocionaban con sus películas, las repasaban e incluso discutían sesudamente, al calor de unas cervezas, acerca de los personajes que interpretaba.

En alguna ocasión que acompañé a un viejo amigo paramédico de la Cruz Roja a botear en apoyo a la colecta anual de esa institución, un revuelo tremendo se hizo entre quienes nos encontrábamos en la caseta de Tepotzotlán: el mismísimo Mario Almada se bajó de su camioneta y depositó billetes en cada uno de los botes de los jóvenes que lo rodearon para pedirle un autógrafo. En aquellos días no había teléfonos con camaritas que perpetuaran los instantes de suerte así que un simple bolígrafo y una hoja de papel resultaron suficientes testigos del suceso. Tras atender con amabilidad casi paternal a cada uno de los que se acercaron a él, se disculpó y caminó hasta unos sanitarios cercanos donde por espacio de cinco minutos mantuvo a todos intercambiando opiniones acerca de su persona. Yo me había mantenido a la distancia, casi indiferente a las pleitesías que le rindieron policías, paramédicos, automovilistas y vendedores. De pronto mientras Juan Carlos me decía que el hombre se veía igualito que en las películas Don Mario se paró detrás de nosotros y con ese acento característico nos dijo: ¡Ah, chirrión, creo que ya perdí mi camioneta! ¿No vieron dónde la dejé, jóvenes? De inmediato Carlos, que a la fecha sigue siendo un sujeto servicial a pesar de ser un médico muy cotizado, se ofreció a llevarlo hasta donde su chofer ya lo esperaba para continuar su camino. Sin decir más, Don Mario sólo se tocó el sombrero a manera de despedida y caminó detrás de mi amigo quien duró semanas platicando entre amigos y familiares aquel encuentro fortuito.

Hoy me entero que murió Don Mario Almada a quien particularmente recuerdo por tres películas: Tres veces mojado, una joya si se trata de retratar con sapiencia el problema de la migración que hoy tanto preocupa a los republicanos gringos; Pistoleros famosos, de la que aprendí que no todos los bandidos son malandros, o bien, que la realidad superó en todo su horror a la ficción; y La camioneta gris donde don Mario interpreta al padre de un narcotraficante que sin embargo, antepone su deber como policía cosa que hoy es impensable entre quienes optaron por ese oficio.

Hace ya un tiempo que no veo una película de Mario Almada y a decir verdad no me atrevería a ver alguna si no fuera porque a partir de este texto recordé algo que había borrado de mi memoria: el día que dejé de ser un niño para convertirme en un coleccionista de historias.

sábado, 30 de julio de 2016

Enter sadman, una canción de desamor



Hubo un tiempo en que el rock duro, Metallica y los amigos de larga cabellera me valían una reverenda madre. Únicamente Claudia, mi novia de la secundaria, era capaz de hacerme sentir un interés desproporcionado por algo, o en este caso por alguien. Confundiendo el amor con la idiotez, consagré mi tiempo a escribirle cartas de amor y poemas, a dibujarle monitos que coronaba con frases cursis y a grabarle canciones que hoy me apena mencionar. Eso sin contar mis visitas diarias de 3:30 de la tarde a 8:45 de la noche. Aún no entiendo cómo sus padres no me echaron a palos.

Un día, sin embargo, mientras me alistaba para ir a visitarla, me percaté que los muchachos de la cuadra se estaban reuniendo en la esquina. Me llamó la atención que llevaban papas, refrescos, una lata de cerveza (para 8 pelados) y muchos sándwiches. Pensé que se reunirían para ver un partido de futbol, deporte que por esos años también me importaba un comino. Me invitaron a acompañarlos y concluí que un día sin mi novia no me haría daño. Llegando a casa del organizador, todos se acomodaron frente al televisor y sintonizaron la señal de MTV. Nunca en mi vida había visto MTV. Durante horas repasamos videos de cabrones greñudos que parecían estaban siendo castrados con un tejolote (nombre técnico de la piedra del molcajete). Tras 4 horas de gruñidos, voces guturales, poderosos riffs de guitarra y apocalípticos dobles bombos, hubo un silencio ceremonial. El presentador habló de Bob Rock y del nuevo sonido de los cuatro jinetes del apocalipshit: Metallica, y así repentinamente, en la pantalla comenzaron las primeras imágenes de Enter Sadman, el dichoso video de la banda que había servido como pretexto para la reunión.

Acostumbrado a la música de Depeche Mode, The Cure y R.E.M., lo único que sabía de Metallica era que sus larguísimas canciones tenían un efecto adormecedor en mí. ¡Pero algo de ese video me prendió! No sé si fue el imponente tráiler negro correteando al muchacho, el demoniaco viejito diciendo la oración que el niño repetía logrando una toma macabra o las serpientes debajo de la cama. Llegó un momento en que me dieron deseos de cantar como James Hetfield. Al finalizar el video tuve ganas de que lo repitieran pero no pasó, una lástima porque en ese tiempo no tenía Multivisión y pasarían algunos meses antes de que pudiera verlo nuevamente. Lo que sí recuerdo es que esa misma noche regresé a casa de mi vecino y le pedí prestado el disco pero mi amigo no lo tenía. A cambio me prestó el cassette de ...and justice for all, mismo que repasé durante toda la noche y parte de la mañana, antes de decidir grabarlo en uno de Ana Gabriel. Después fui con mi vecino a regresarle el cassette y comenzamos a hablar del video por varias horas. Me invitó a pasar a su casa y escuchamos música hasta muy noche. El asunto se repitió durante varios días hasta que recordé que tenía novia y no me había reportado con ella ni siquiera por teléfono. Al siguiente día fui a su casa y sus palabras me hicieron saber que ya me encontraba en la friend zone (que en ese tiempo seguramente tenía otro nombre pero para efectos prácticos es lo mismo): “¡Hola amigo!”, “¿Qué has hecho de tu vida, amigo?” “Pensé que te habías olvidado de mí o que te habías muerto, amigo.” Con la derrota en los bolsillos regresé a casa.

Al final no todo fue tan malo: recuperé a mis amistades de la infancia, me adentré en el mundo merol y comencé a visitar a Nancy, una vecina de Claudia con la que mantenía una estúpida guerra por el ego y que fingía que le gustaba la misma música que a mí con tal de ganar la batalla. Varias semanas después Nancy me regaló The black album en lo que creí una prueba incondicional de amor pero que años después, confesó, había sido un robo a su hermano que ya la tenía harta con ese disco.

La siguiente ocasión que vi el video de Enter Sadman fue en abril del siguiente año, precisamente el día que ocurrieron las explosiones de Guadalajara. Volví a vibrar con la oración del niño, las serpientes bajo la cama y la corretiza del tráiler destruyendo todo a su paso. Hoy se cumplen 25 años exactos de la primera vez que vi ese video y que me hizo perder a una de las novias más guapas que he tenido. Sé que no les importa pero no podía dejarlo pasar. 

viernes, 22 de julio de 2016

Jóvenes abuelas



Sandra Villarruel.

Siempre he considerado innecesarias las visitas al médico pero llega una edad en que se vuelven parte de las negociaciones maritales. Uno acude al médico por dos cosas: primera, para evitarle a la esposa la carga de una culpa enorme, en caso de que uno sufra de muerte súbita; y segunda, para que el doctor repita una serie de recomendaciones que uno, de antemano, ya se imagina gracias a un montón de gente que en su vida pisó la universidad pero se ha vuelto un muestrario de enfermedades.

El caso es que con todo y mi renuencia llego a la cita diez minutos antes. Mientras la señorita buenona de la recepción entra al consultorio para anunciar mi llegada, me dirijo a la sala de espera. Saludo. Las cuatro personas que me anteceden responden al unísono y sonríen. Hurgo en el revistero y tomo la revista Satie para hacerle al mamón. El precio por la consulta lo vale, además, eso de socializar exponiendo mis pre infartos no es de buen gusto. Mientras leo un interesantísimo texto acerca del Simbolismo, un mocoso le hace al subnormal brincando de un sillón a otro. No es un niño de cuatro años sino un jovencito que mínimo está por ingresar a la secundaria. ¡Así no se puede leer! Afortunadamente, salen los pacientes del consultorio y como acto reflejo las personas que están junto a mí, incluyendo al subnormal, se levantan como si fueran a recibir una noticia. Bajo la revista para no perderme la escena y mi mirada se cruza con la de una señora chichona que sostiene a un bebé. Sonreímos y yo vuelvo a levantar la revista. ¿Por qué la gente gusta de sonreírse en los hospitales? ¿Acaso se trata de un código solidario ante la desgracia o simplemente es una forma de disfrazar la compasión? Entonces, alguien pregunta mi nombre. Bajo la revista e inesperadamente me encuentro un par de tetas a punto de desbordarse de una camiseta de tirantes. Busco disimular el asombro y me concentro en el horrendo niño que babea con singular alegría. La mujer chichona vuelve a preguntar mi nombre inclinándose ante mí. Mientras revuelvo en mis recuerdos trato de evitar que una enorme hebra de baba se estrelle contra mi pantalón. “Sí, soy ese mismo.” Los dientes chuecos de la mujer me recuerdan su nombre y el sitio en que la conocí, las noches de charla mientras la acompañaba a su casa y el día en que dejé de verla. Han pasado 25 años.

Después de las salutaciones de rigor y las escuetas respuestas que ofrezco a todas sus preguntas, le hago saber que el estrés me está matando y si quiero evitar un infarto, tengo que pagarle la mitad de mis ingresos a un hombre que me va a hablar sobre mi estilo de vida, criticará mis hábitos, sugerirá una dieta que ni él mismo tendría el valor de seguir y luego escribirá en una receta el nombre de un montón de pastillas que cuestan la otra mitad de mi quincena. Es obvio que el tratamiento no garantiza la eternidad pero mínimo te anima a pensar que estás abonándole un par de años a la vida.

Cuando la charla comienza a tonarse amena, desde el interior del consultorio se escucha mi nombre. Aprovecho para despedirme. “¡Qué bonito está tu bebé!” –miento mientras le aprieto los cachetes y le acomodo la cachucha–. “No es mi bebé, es mi nieto.” La respuesta me deja helado. Mientras hago cálculos mentales pienso en su respuesta. Recuerdo que ella es más chica que yo ¡y ya es abuela! Pienso en mis hijos. Un hipotético panorama que me aterra. Mientras me despido de ella y toda su familia, los felicito por la criatura. Después pienso que tendría que regresarme a reprenderlos por semejante crimen pero en esta realidad, todos estamos expuestos a tener hijos idiotas e irresponsables.

Entro al consultorio y durante los siguientes quince minutos el doctor me habla sobre mi estilo de vida, critica mis hábitos, sugiere una dieta que seguramente él ni en broma realiza y luego escribe en una receta el nombre de un montón de pastillas. Calculo cuánto traigo en la billetera. Registro la palabra ejercicio cuatro veces; alcohol y tabaco, seis. Y mientras el médico sigue hablando de la presión arterial, el miocardio, el sueño y el descanso, yo no dejo de pensar en que mi novia de segundo de secundaria ya es abuela. Termino la consulta, me despido del doctor, agradezco la atención y salgo del consultorio para dirigirme hacia la caja para pagar el servicio de valet parking.

Mientras espero que me entreguen el auto pienso en los años en que fui novio de la mujer chichona. Ya sería abuelo –concluyo– y mi cuerpo experimenta un estremecimiento, de ese conocido por el vulgo como ñañaras. Ya en el auto busco algo de música. Resuelvo escuchar el disco Cowboys from hell, de Pantera. Cowboys es un disco que está por cumplir 26 años en un par de días, lo que me hace reflexionar en el paso del tiempo, la vida y la vejez. Incluso Dimebag Darrell (guitarrista del grupo), aunque en contra de su voluntad y de la naturaleza, ya es una leyenda que yace en una tumba. Pensándolo bien cuando llegue a casa comenzaré a planear la dieta, anunciaré en Facebook que se suspende la borrachera planeada para la noche y a cambio, buscaré una rutina de ejercicios para comenzar desde mañana. Encuentro mi cara en el retrovisor del carro y pienso que no es para tanto. Esas son cosas de viejos. Un enorme bache en la autopista hace que el automóvil se sacuda. Mientras retomo el control, pienso que son los baches y no mis enfermedades, los que representan peligro real para mi vida.

sábado, 2 de abril de 2016

Crónica de una reunión adelantada



Hace unos minutos, a través de sus redes sociales, Guns and Roses informó que esta noche ofrecerán un concierto privado en The Troubador, el sitio que los vio nacer como banda en la década de los ochenta. El anuncio, que volvió locas a muchas personas, a mi me hizo dudar. Es 1 de abril, Fools Day en Estados Unidos. Sin embargo, muchos indicios hacen pensar que no se trata de una broma y como muestra están las imágenes que dejan ver una enorme fila de fans en espera de conseguir un boleto para ese reencuentro adelantado.

Adoptando la costumbre de las jovencitas fanáticas de un cantante o una boy band de moda, me tomo tiempo para revisar Twitter, Facebook e Instagram y seguir las pistas de quienes de primera mano son capaces de conseguir información fidedigna sobre un suceso. Reconozco mi torpeza en estas lides. Soy un tipo al que se le da más leer periódicos cuando un hecho ya pasó así que me resigno a esperar.

Ya casi entrada la noche, regreso a la computadora y me doy cuenta que la noticia es real. Ya hay gente que se encuentra en las inmediaciones de The Truobador y hacen Periscope. Un video del portal TMZ donde se ve la llegada de Slash, Duff, Richard Fortus y Dizzy Reed me produce cierta emoción. Aún faltan muchas horas para que la reunión de los Guns, anunciada para un par de semanas después, se lleve a cabo esta misma noche.

*   *   *

Hace unos meses se anunció la reunión de Guns and Roses, o mejor dicho, el regreso de Slash y Duff McKagan a la banda de Axl Rose. Apelando a la nostalgia decidí comprar boletos para asistir al concierto que ofrecerán el 19 de abril, en el Foro Sol, de la Ciudad de México. He recibido críticas por parte de mis amigos, los motivos han sido muchos como variados. No ha faltado quien diga que esa una banda malísima (y sin embargo se saben sus canciones), que son un grupo comercial (qué grupo no lo es), que sus éxitos son los mismos de la década de los ochenta (los grandes grupos se nutren de éxitos del pasado ¿no?), que sólo lo hacen por el dinero (hasta The Rolling Stones están juntos por el dinero), que no traerán nada de innovador, etc. En realidad no me importa. Han pasado más de dos décadas desde que la banda se convirtió en una burla para quienes éramos fieles seguidores y la oportunidad de ver a la mitad de la alineación original de regreso es un gusto que muchos queremos presenciar.

Personalmente no espero muchas sorpresas. Sé dónde estoy parado. Han pasado 23 años y yo mismo soy el reflejo de los gunners de la actualidad. Igual que Axl se me ha abultado la barriga y se me ha caído el cabello. También mi voz es diferente y sólo la uso para cantar cuando llevo de menos seis cervezas. Mis rodillas ya no me permiten dar esos brincos espectaculares y mi mala condición física me hace bailar como elefantito cuando me canso. Claro, también amo los tacos, no los de Taco Bell pero sí los del Paisa, o de cualquier taquería que me dé confianza. Con todos estos antecedentes, no espero que la gira de regreso de Guns and Roses sea un suceso que dé la vuelta al mundo, únicamente espero la reivindicación de un suceso que infortunadamente se quedó truncado durante más de dos décadas.

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Cerca de las once de la noche me acomodo en el sillón con la computadora entre las piernas. En Facebook la cosa está como siempre así que me olvido de encontrar algo ahí. Al cambiarme a Twitter descubro que hay gente que ya tiene por menores de lo que sucede afuera de The Troubador. Algunos hacen Periscope. Me queda claro que tener esa aplicación no te vuele camarógrafo y mucho menos te hace reportero. A unos les falta colmillo y a otros, eso que llaman olfato periodístico: sujetos estáticos, moviendo el aparatito en una sola dirección de ida y vuelta, vuelven sus narraciones en simples descripciones de lo que ellos sienten de estar ahí. Soy incapaz de engancharme con las transmisiones de tres sujetos cuyas transmisiones sigo alternadamente. Me queda claro, además, que ninguno de los tres tiene entradas para el concierto. Sólo están ahí por mero morbo. Regreso simplemente a revisar los tuits y encuentro indicios gracias a algunos hash tags. Me centro en #GnFnR que es el que ha venido impulsando el grupo desde que se anunció el reencuentro de la alineación clásica. #GunsAndRoses me da otras pistas mientras que #GNRIsBack se convierte en la mejor opción. Este parece impulsado desde Sudamérica pues la mayoría de quienes tiutean con esta etiqueta son argentinos, chilenos y uruguayos. Los primeros hacen muy bien su labor y pronto comienzo a seguir a algunos fanáticos de Slash. Pienso que no he errado cuando veo las primeras fotografías de Slash y Duff en back stage.

La emoción que siento es la misma que suelo experimentar cuando voy al concierto de una banda que realmente me agrada. Sería mucho mejor estar presente o cuando menos afuera de The Troubador. Pienso en los motivos que me tienen frente a una pantalla sabiendo que apenas 18 días después tendré la oportunidad de verlos en vivo. La respuesta es simple: la reunión de Guns and Roses responde al deseo hecho realidad de millones de personas que los vieron y escucharon en su mejor momento y que de pronto vieron el resquebrajamiento del grupo así como su habitual conversión a una broma de mal gusto. Cuando menos para mí eso representaba el Guns de Axl Rose. También responde a las expectativas de muchos que sólo los conocen a través de su música, sus discos, los videos, los miles de reportajes que pueden encontrarse en la red. Yo mismo no supe en qué momento mi hijo se enteró de su existencia; dónde y con quién se inoculó con la furia del Apettite for Destruction; cómo es que conoce tantos datos sobre el grupo, muchos de los cuales yo mismo desconocía o ya se me habían olvidado. No importa que el único motivo que me tenga frente a la computadora sea simple ocio morboso. En el momento en que vea una imagen del Axl Slash y Duff juntos sobre el escenario, puedo darme por satisfecho e irme a dormir. Para mí, la profecía de Scott Weiland, ex vocalista de Stone Temple Pilots y Velvet Revolver, se habrá consumado. Él no la verá pero yo sí cuando menos en imágenes.

La afición argentina es voraz y obtienen información de forma rápida. Casi todo lo que ellos publican es real. El rumor que Steven Adler probablemente será parte de la reunión comienza a correrse a través de un “músico y productor” de Monterrey. La información es desmentida de inmediato por los fans de Slash en Argentina. Afirman, en cambio, que el baterista sí está presente y platica con Frank Ferrer, quien se sabe será quien toque en la reunión. Otros suben imágenes de quiénes otros que también están presentes: actores, actrices, músicos y gente que no conozco y no me importa conocer pero cuyas fotos me provocan envidia de esa que sólo puede denominarse como culera. Una imagen de un cartel pegado en una puerta y en la que se lee: “ABSOLUTELY: NO CELL PHONES NO CAMERAS NO FOTOS”, me hace sentir un hueco en el estómago.

Un sujeto pregunta a qué hora comienza el concierto. Nos la hiciste de nuevo Axl, nos las hiciste bien. Happy Fools Day. ¿Saben si Axl ya llegó a The Troubador? Ya casi termina el día y sólo se sabe que esto no ha comenzado. Fue una broma. Y más tuits en tono de broma se vuelven la dinámica de la noche.

Repentinamente alguien tuitea que It’s so Easy está sonando. Muchos piden Periscope y alguien responde con una transmisión desde el otro lado de la calle, anunciando que pondrá el micrófono de su teléfono de frente a la puerta para que se escuche algo. Es inútil. El tipo hace pausas de apenas dos segundos para acotar lo que siente, lo que pasa con los policías que tiene cerca, mientras que los que vemos de plano no escuchamos nada.

Mi corazón se vuelve el sólo de batería de Matt Sorum en aquel concierto de Paris, donde por un momento salía a acompañarlo Duff McKagan. Se lee que Mr. Brownstone es la segunda canción del set list. Una foto de Duff con Axl es el único indicio de que la reunión se ha dado pero no se ve Slash. La gente pide fotografías pero sólo la misma que he descrito antes aparece en los tuits. Luego un video. En apenas unos segundos se ve a Slash tocando mientras Axl canta It’s so Easy. Me emocionó de verdad. No puedo describir lo que siento. Es como si el año de 1993 cuando era otro completamente, regresara repentinamente a mí. Repito el video siete, ocho, nueve ocasiones. Pierdo la cuenta. No importa. Estoy profundamente emocionado. Tal vez me invade un poco la vergüenza pero la nostalgia me gana. Twitter se desborda y muchos claman por ver más pero las fotos son escasas, demasiados fakes para un suceso de este tamaño.

Oficialmente el reencuentro de Guns and Roses se da hasta el 2 de abril de 2016.

Chinese Democracy, Double Talkin Jive, Live and Let Die, Rocket Queen, You Could Be Mine, Sweet Child O’ Mine precedida del tema de El Padrino, New Rose, Better, Knocking On Heavens Door, My Michlle, Nigthtrain, The Seeker y Paradise City son los temas que componen oficialmente el primer concierto de Guns and Roses en 2016. Los tuits que puedo leer van desde chascarrillos de quienes afirman que no habrá gira porque seguro Axl ya hizo algún berrinche, hasta quienes exigen la presencia de los gunners en su país. Los argentinos, nuevamente son los más activos. Platico con @iTbb_ una chica de aquel país a quien le hago saber que a mí sólo me faltan 17 días para verlos. ¡Qué envidia, boludo! Yo sólo espero que venga a Argentina ya. ¿Y si van a tu país y nuevamente se vuelven a pelear y se separan de nuevo? La chica responde enviándome la imagen de un corazón roto.

Las imágenes son pocas pero sustanciosas para aliviar el morbo y la ansiedad. Un par de videos más nos hacen ver que Axl Rose experimentó una notable mejoría en su aspecto y su voz. Todo se lo debe a Slash y Duff, es lo que necesitaba, afirman varios. @FerrFraijo escribe que no se irá sin ver una imagen de Axl Y Slash dándose un abrazo. No pidas tanto, interactúo con ella a través de un retuit. Sostengo una breve charla con ella haciéndole ver que tal vez el contrato de reunión tenga una clausula de no abrazos. ¡Al carajo con el contrato!, afirma. Pero ese contrato es el que los tiene tocando juntos nuevamente, reviro. Tienes razón.

La ansiada fotografía de Axl y Slash no llega. La espera de 23 años se dio pero duró apenas unos minutos, que a muchos nos supo a un suspiro. Así pasa con las emociones reprimidas.

Para el momento de redactar este texto faltan 17 días para el concierto en la ciudad de México. Algo de la emoción ha desaparecido pero aún así me siento satisfecho. Decido darle unos toques mágicos a este texto antes de subirlo al blog y retirarme a dormir. Por ahí comienza a leerse que Axl y Slash si se abrazaron. El deseo de todos (incluso, más que el reencuentro mismo) se ha hecho realidad. ¡Paren las rotativas! –escribo– Axl y Slash se abrazaron. Ya tenemos candidatos para el Nobel de la Paz.

P.D. Where´s Izzy?